martes, 15 de febrero de 2011

Praskovya

Yo te seguí silenciosamente con la mirada después de haber apostado mis últimos kópeks. No te interesaba nada, más que jugar con tus cabellos, aburrida de esperar a la diputada gordinflona - obesa de tanto aspirar el humo de su habano y el aire de los contribuyentes-. Vi por el rabillo de mi ojo tus bucles que eran oscuros como un pozo eterno mientras el crupier anunciaba lo que esperaba. Luego, que recibí el cambio de mis primeras fichas ganadas, huiste para evitar que tu encanto se manchara con mi actitud pueril o que el resto te viera con la vieja perdedora que derrochó parte de la herencia de los zares.


Los cabezas de kipá notaron mis nuevos bríos después de esa jugada, tenía que apostar todo, incluso el dinero que me encargó de mala gana el francesito petulante. Me agradaba la idea de usar a mi antojo la propiedad de tan despreciable persona y más todavía que mi corazón estaba seguro de todo y el temor a la cárcel se disipó. Jugaría hasta que cerrara el casino, sabía que los astros, o lo que fuera, estaban alentándome diciéndome "ahora". Eran de esos momentos en que el arrepentimiento estaba fuera de lugar. Puse las fichas y más, la bola corrió y el azar me dijo adiós.

Pagó la fianza, mejoró mi suerte, pero era ese día el esperado y no resultó. Tomé el primer avión y me fui con ella y Polina quedó a merced de Pierre. Qué importa, la apuesta se hizo, y la normalidad derrotó a la fortuna y los finales felices se quedaron en las novelas. Quizás alguna vez vuelva a apostar. Palabra de ludópata.

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